Los anarquistas son eminentemente activos en el sentido antimilitarista.
El antimilitarismo constituye para el anarquismo un elemento esencial
de su concepción antiestatal. Pero se conexiona también con su
interpretación metódica y táctica de la revolución social y de la nueva
creación de la sociedad.
Los anarquistas ven en la actual forma social de organización de la
violencia, cuya expresión sistemática es el Estado. Este sólo puede
existir mediante el militarismo, que, por su parte, representa la
violencia metódicamente organizada. El militarismo tiene dos puntos de
apoyo principal: la autoesclavización espiritual y sumisión obediente
del individuo a la autoridad, como la producción de útiles -armas,
municiones, cuarteles, provisiones de boca y de su uso de los soldados,
sin lo cual el militarismo no puede funcionar- por la clase obrera. Por
ese trabajo para el militarismo, el militarismo se mantiene.
Por eso reconocemos los anarquistas aquí una conexión indisoluble entre
las condiciones de existencia del militarismo, del Estado y del
Capitalismo. Los tres se funden en el mismo principio de la violencia.
Si se consigue desterrar ese principio, imposibilitarlo en sus
manifestaciones, entonces el problema de la liberación social esta
resuelto. El Capitalismo y el Estado se derrumban como un castillo de
naipes en cuanto dejan de tener a su disposición la mecánica organizada
de la violencia.
Los métodos para superar la instauración de la violencia por el
militarismo, es decir, para destruir el fundamento más poderoso de todo
el sistema actual de la violencia, los anarquistas lo ven sólo en la
oposición a toda violencia: en el método de la no-violencia.
Esto último no significa de ningún modo sumisión, subyugación, dejar
hacer a la autoridad, al capitalismo. Por no-violencia los anarquistas
conciben: no empleo de la violencia militar de las armas; al contrario,
destrucción de todas las posibilidades del empleo de las armas,
aniquilamiento y sabotaje de toda la producción indispensable para el
uso de las armas, negativa a prestar servicios y a obedecer las
disciplinas militares.
Nada es para los anarquistas más sagrado, más intangible que la vida
humana. No se sienten nunca con derecho a suprimir violentamente ese
maravilloso misterio del Universo. Repudian profundamente, desde el
punto de vista de la ética anarquista, la pena de muerte: violencia,
asesinato, ajusticiamiento, que sólo pueden ser realizados mediante las
armas, y de los cuales se sirve el Estado. El antimilitarismo no sólo es
para los anarquistas un método táctico, sino un elemento esencial de su
concepción, que en su aplicación práctica se convierte en la negativa
absoluta de todos los fundamentos del poder dominante, su destrucción y
abolición. El antimilitarismo es, pues, acción individual de los
anarquistas y revolución social del anarquismo.
Toda defensa nacional lleva a la destrucción de vidas humanas, y como
para los anarquistas las vidas humanas tienen más importancia que la
fortificación de las fronteras de algún trozo de tierra por el Estado,
niegan el derecho de obligar al individuo, bajo un pretexto u otro, a la
acción militar. Los anarquistas no hacen excepción alguna ni siquiera
ante el "Estado proletario".
Los anarquistas son, por eso, los únicos antimilitaristas reales y
enérgicos. Saben que la paz es una imposibilidad y el militarismo una
eterna maldición que pasará sobre los pueblos mientras persista el
Estado. Si se quiere la paz, hay que suprimir su perturbador, el
organizador de la guerra, el Estado. El antimilitarismo consecuente y
absoluto es la única acción política de la gente, que lo acerca a su fin
emancipador. Los anarquistas son por eso antimilitaristas consecuentes.
No quieren transformar el militarismo, ni suplantarlo por la milicia,
la guardia roja o el ejército revolucionario, sino que quieren abolirlo
en lo absoluto, lo mismo que al Estado.
En la revuelta del individuo espiritualmente libre y de todo grupo
humano consecuentemente anarquista -por pequeño que sea- contra las
prescripciones legales actuales, está el primer impulso hacia lo nuevo.
El anarquista lo sabe; por eso ejercita diariamente su rebelión
personal. No se somete a ninguna ley acogida usualmente por la
costumbre, la tradición o la moral, e impuesta, porque sea declarada
sagrada, por el Estado o la iglesia o la opinión pública. El anarquista
obedece a los dictados de su razón, a las reflexiones de sus principios.
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